
El ascenso de rango de mi padre entre los Macabeos fue vertiginoso, los tiempos se prestaban para tales fines, sólo que poco a poco con ayuda de mi madre, trataba de menguar su dolor y volver las explosiones en política, hasta utilizar el rango paramilitar Macabeo, para formar parte del “Consejo Judío”, mientras en el consejo de manera extraoficial se decía que la invasión judía al mundo se haría a través del comercio, mi padre lo hacía palpable, hasta poco a poco convertir, decía, al estado judío en la envidia de sus países vecinos, de los países árabes, que no tardarían en sucumbir ante los judíos que después de tantos años se levantarían cómo una “raza superior”. Este fue el inicio de los tiempos dónde las víctimas, se convertían en victimarios, los inicios de los tiempos dónde Israel cómo territorio se afianzo entre Sirios, Libaneses, Jordanos y Egipcios, es el inicio de los tiempos que se convertiría en el final de otros tiempos, es el inicio que no se parece al inicio sino a la continuación de un proceso que resulta interminable. Es el inicio de los tiempos donde la presa se convirtió en el cazador.
Mi padre predicaba la “raza superior” judía cómo acto desafiante e irónico que le había tocado vivir ante otra “raza superior”, sólo que el se creía su cuento, puesto que argumentaba que después de sobrevivir por todo el mundo les tocaría gobernar desde esa tierra sagrada.
Ese juego de presa-cazador, cazador-presa, lo hacía exacerbar el recelo ante todo el mundo, pues decía, todo el mundo había abusado del pueblo judío; no sólo Alemanes; Rusos, Americanos, Ingleses e incluso Polacos los habían usado y humillado y era tiempo de demostrarles lo contrario, era momento de usar al mundo para sus fines y si las víctimas era el pueblo Palestino, no importaba...significaba el cambio de los tiempos.
Me enamoré de una Palestina –ahora les platico yo-, de una árabe, de una libanesa, mi padre enfureció y me recriminó, ¿Cómo era posible eso?, ¿Mezclarme yo, mezclar su sangre ante tan despreciable raza?, ¿Qué no podía ver que “esa gente” era un lastre para el pueblo judío, era un germen, que habría poco a poco que eliminar?. Pero...¿Y que doctrina practicaríamos?, ¿Qué dios nos regiría?
- Papá ¿¿¿y al amor que le importa que dios lo va a guiar???- Nos regirá el amor cómo semilla de los bienes no terrenales, nos regirá el amor cómo prueba que de las diferencias de sangre se convierten en convergencias humanas, nos regirá el amor, ante todos los prejuicios, nos regirá el amor y este, el amor, nos hará libres tras las rejas de la sinrazón humana.
Salí de la ciudad y me refugie en territorio “enemigo”. Decidí no volver a ver a mi padre, renuncié al ejército Israelí y decidí vivir por primera vez mi vida. Me enamore de las costumbres y de la forma de vida de mi esposa, me deje seducir por sus rituales y me transforme sin quererlo “en uno de ellos”. Tuve un hijo que mi padre no quiso ni siquiera conocer, así que mientras mi hijo creció, mi madre me platicaba cómo mi padre poco a poco moría, envuelto en alucinaciones y envuelto en odios. Mi padre se personificaba en la razón de la sinrazón.
Me resultaba curioso cómo mientras más trataba de alejar a mi hijo, a mi único hijo de los odios raciales, de las luchas de tierra, éste desarrollaba un amor exacerbado por sus raíces. Lo recuerdo mirando la TV curioso las noticias de guerra (“los partes de guerra”) y su mirada era extraña, era una mirada infantil iracunda.
Llegó el día dónde Israel cómo nación atacaba un barrio de Beirut cómo respuesta de una guerrilla que sostenía contra un grupo paramilitar cómo del que mi padre había formado parte llamado: Hezbola. Mi hijo me dijo que iría con Kudai a ver los tanques pasar, me opuse; pues observaba anonadado el éxodo, de palestinos y Libaneses por huir del sitio que imponía Israel. Su madre, mi esposa, sin embargo le permitió ir, sólo los verá pasar, -no podrían dispararle al pueblo y menos a unos niños-, me dije para tranquilizarme.
Que equivocado estuve!!!!, Kudai que era tres años mayor que mi hijo, supuso que era divertido apuntarle al tanque con su arma de juguete (los niños palestinos y libaneses están “acostumbrados” a ver las tropas Israelíes). El tanque se sintió amenazado y respondió con artillería real. Mi hijo con ese odio y ese rencor que sentía por los ultrajes de que eran, de que son, víctimas su pueblo a manos de los Israelíes decidió enfrentar el tanque con una piedra. Y entonces a él también le dispararon. Herido no alcanzó a mover su cuerpo y debido a la poca distancia que lo separaba del Tanque, este le acabo por destrozar las piernas. Cuando me enteré no pude más que recoger la mitad de su cuerpo descarnado, mientras otros niños lo miraban ahí, tendido y juraban, según sus miradas, la venganza. Mientras yo me repetía interminablemente: ¿Quién?, ¿Quién pudo ordenar...? ¿Quién pudo ordenar esto?, ¿Cómo pueden permitir que esto pase?....
Epílogo: Peor sería mi sorpresa al enterarme que mi padre en medio de alucinaciones y agonía, fue “consultado” por un miembro del “consejo judío”, sobre el eje de ataque terrestre en Beirut. Él, sin quererlo, a través de su consejo ordenó la entrada de los tanques al barrio libanés donde habitaba yo, donde murió su nieto. Él sin quererlo y sin saberlo y murió no sabiéndolo (pues mi madre me contó “curiosamente” que su agonía terminó la misma tarde que propino el inicio de la mía al ver muerte a mi hijo), había ordenado eso.......